Felices aquellos que encuentran un lugar
donde se sienten conectados a la vida.
Se quedan a vivir allí para siempre.
Aman el árbol que creció junto al muro.
Cada rincón es familiar.
La tierra tiene siempre el mismo olor
y los pies la reconocen.
Cada año marca el rostro
y marca las puertas de la casa.
De vez en cuando algo nuevo se incorpora,
un pequeño cerezo,
un banco en el jardín.
Allí la vida adquiere la calidad
de la ternura que es fiel
a lo que un día fue deslumbramiento.
Felices los hombres que encuentran
su lugar en la tierra.
Rolando Toro
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